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No hay algo tan cercano, tan íntimo como mi cuerpo. Con él tengo permiso de todo. Lo toco, lo cuido y lo descuido. Lo cubro. Lo convierto en un objeto maleable. Recuerdo imágenes a través de él, ha sido testigo y compañero de mi vida entera.  Rastreo mi cuerpo lentamente, buscando algo sin saber que es. La cámara alarga el alcance de mi mirada y me sumerjo en un gran viaje a través de este territorio efímero que transporta mi alma. Ciertos lugares me invitan a detenerme, a contemplar, a deleitarme con la simple hermosura de  la danza desaforada entre la luz y las texturas. Disparo mi cámara  y separo esos fragmentos de su todo, de mi misma. El sonido del obturador acompaña ahora esta travesía, la cobertura blanca reafirma la objetualidad otorgada por la fotografía. 

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